jueves, 14 de julio de 2011

EL IMPERIO DE HUMO (fábula) : fracaso de un dictador

GÉNERO: Cuento.
Trabajamos en rescatar cientos de archivos perdidos 
de Nueva literatura contemporánea universal o de Internet
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El Imperio de Humo
(fracaso de un dictador)


Nilson Agustín Caraballo Rosario
"El Príncipe del Amor"
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Sucedió en el más desdichado de los sistemas solares, alrededor de la estrella más opaca de la constelación de las Pléyades, en la galaxia condenada por el tribunal cósmico, en las inmediaciones de un gran abismo negro...

En casucha miserable, enclavada en pueblo miserable de una provincia miserable, en el país más atrasado del subcontinente menos progresista de la Tierra, vivía un ser ruin entre los ruines.

Poseía minas subterráneas profundísimas donde jamás entraba la luz del Sol. Eran laberintos que permanecían en noche eterna de lamentos y de lágrimas secas.

En un punto incógnito del universo humano, en un lejano y oscuro planeta de ignorancia y despotismo, vivía el tirano.

En el fondo del pasadizo más hondo de la insondable cueva, tenía encerrada a su esposa; atada por cuatrocientas cadenas de leyes subdesarrolladas y con grilletes de acero, a otros tantos anclajes de amarguras.

Para ella no había más que noche y pesado quejido de cadenas, detrás de la puerta cerrada con siete cerrojos principales y cientos de cerrojos secundarios.

La madre de aquel monstruo existía en otro oscuro nicho de torturas donde él la golpeaba con el látigo de la lengua y la hería con el oxidado filo de su obsoleta y destemplada espada.

Entre delirios y pesadillas, la infeliz rogaba a Dios que iluminara a su engendro y le proporcionara a él las circunstancias necesarias para expiar las culpas y redimir la conciencia.

Era el más vil de los hombres envilecidos, nunca pensó superponer los derechos de otros a sus caprichos. Quería lo mejor para sí, pero nunca pensó en los demás. El mismo era un pulpo atado con los tentáculos de su miedo. Quería ser amo de la creación pero si quedara sin los sirvientes, moriría de hambre en su caverna, negligentemente, como un inútil. Si tuviera en su poder el destino del mundo, lo transformaría en infierno, desencadenando guerras brutales con toda la crueldad de su país sicológico.

¡Miserable gusano de la tierra! ¡Mezquino ser! ¡Pobre esclavo de sus egoísmos! Tenía a sus hijos prisioneros y en calidad de esclavos, en el fondo de la cueva.

Se creía el poderoso, el indispensable, pero el pobre diablo no podía con su alma.

Un día, haciendo acopio de valor, escapó un prisionero. Juró matar a su hijo, si le encontraba; juró desencadenar tormentas sobre la Tierra.

El segundo día maldijo todas las cosas bellas del universo, había escapado otro prisionero. Y viendo que se desmoronaba el imperio, reforzó las cadenas y aseguró los candados, porque en el fondo de sus mezquinos sentimientos sentía miedo a la soledad, sólo era un desdichado inútil, ser desvalido como todos los tiranos.

El tercer día, tres horas antes del amanecer, escapó la esposa; aunque para lograrlo tuvo que recortarse las manos y los talones con la oxidada espada que, por descuido, el dictador había dejado al alcance de la infeliz. Después se arrastró sangrante sobre una alfombra de excrementos y de gusanos. Al llegar a la superficie, sus ojos, acostumbrados a las tinieblas, brillaron con una sonrisa, pues las estrellas la iluminaban desde el Oriente y sus débiles destellos eran para ella como un sol de esperanzas.

Los esclavos se liberaban poco a poco, huían hacia otros lugares, hasta que aquel ruin paraje de la ruin región de Ruinaldo, sólo vio deambular la sombra del tirano, prisionero en las profundidades de su gruta.

Como todas las dictaduras caen, el imperio de humo se desvaneció y los bellos diamantes eran sólo gotas que brillaban en la oscuridad.

El tiempo transcurría y cada día amanecía más temprano; el mundo se iluminaba y en todas partes caían las cadenas; la libertad avanzaba triunfante, pero el déspota continuaba solitario en las alucinadas y demenciales tinieblas de su reino unipersonal.

Un día le encontraron en estado despreciable de miseria, con aspecto espectral, abrazando enorme caja metálica. Arriba el Sol brillaba y el planeta avanzaba rutilante hacia una era de alegría, pero la muerte había cegado los ojos del tirano, ojos que sólo habían sabido ver sus propias ideas.

Había muerto de hambre en la soledad de su propio imperio, entre las tinieblas de un mundo soterrado... muerto de hambre, con la piel pegada a los huesos, pero con cofre repleto de dinero en la cueva.


FIN


(Esta historia ha sido creada por la imaginación del autor, cualquier parecido
con la realidad será mera coincidencia).
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